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EL ARZOBISPO ROMERO

Nombrado Mons. Romero como nuevo Arzobispo de San Salvador el 3 de febrero de 1977, tomó posesión el 22 del mismo mes. Eran tiempos de emergencia en el País y en la Iglesia. Agitación y crisis social y política; violencia revolucionaria y represiva. Los cristianos cada vez más comprometidos en los cambios sociales y los sacerdotes cada vez más amenazados. Comenzaba la persecución.




La mayoría del clero de la Arquidiócesis tomó mal el nombramiento de Mons. Romero. El ya había estado en San salvador y lo conocían. Monseñor bien sabía cuáles eran los ánimos. Por eso su toma de posesión fue discreta. No en la Catedral sino en San José de la montaña. Sin fiesta ni autoridades ni invitados especiales, sólo sacerdotes. Desde el principio se presentó con otro talante. Con humildad pidió ayuda a todos, y los escuchó…

Tal vez no todos notaron la diferencia…


Semanas después, el cambio se hizo notable. El 12 de marzo asesinaron al P. Rutilio Grande s.j. y a dos colaboradores laicos. Los malos se enredan en sus propios males y “todo lo dispone Dios para bien de los que lo aman” (Rom 8, 28). El P. Rutilio era uno

de los sacerdotes que Monseñor mejor conocía. Supo inmediatamente que las acusaciones

eran falsas. Así completaba su desengaño con las autoridades militares que se decían amigos suyos pero que le mentían gravemente.


El nuevo Arzobispo pasó la noche junto al pueblo y al sacerdote martirizado. Era el pastor con sus ovejas. Y las reunió en un solo rebaño con la celebración de la Misa única el domingo 20 de marzo en Catedral. Era un gesto fuerte para denunciar aquel asesinato.

Allí los sacerdotes y el pueblo fiel supieron que tenían un buen pastor.


En Santiago de María había ido creciendo en sensibilidad social y en conciencia del decisivo papel del Obispo. Allí comenzó a asumir la pastoral de estilo latinoamericano con los pobres y la Biblia, las comunidades y la liberación cristiana.


En la Arquidiócesis, como centro del País, encontró intensificados todos los problemas. Pero también un clero más numeroso, mejor preparado en la línea conciliar y experimentado en la pastoral. Todo ayudaba a que el nuevo Arzobispo creciera. Lo hizo en su papel de Pastor, y en su fidelidad radical a las enseñanzas del Concilio y del Papa Pablo VI, en quién se inspiró, y de los documentos Latinoamericanos de Medellín y Puebla. Fue creciendo en su predicación, cada vez más escuchada e influyente, “voz de los sin voz”. Creció en capacidad de protección y consuelo a los pobres y a tantos sufriente de toda ideología y condición social, víctimas de la violencia. Lo hizo también en su anhelo de una Patria recreada en la justicia, la verdad, la paz. Por eso insistía en vivir según la Palabra de Dios y en la necesidad de una conversión no sólo personal, sino social.


También creció el conflicto. Al interno de la Iglesia, con el Nuncio Mons. Gerada, con los Obispos de la Conferencia Episcopal, de los cuales sólo Mons. Rivera Damas apoyó siempre al Arzobispo. Fuera de la Iglesia el conflicto fue creciendo: desprestigio, aislamiento, amenazas y atentados. Era provocado por los dirigentes político – militares al frente del Estado, por los poderosos económicamente que eran también dueños de los MCS, y por las personas más conservadoras de la sociedad, que formaron agrupaciones políticas y escuadrones de la muerte.


Se pagó a los obispos para que fueran a Roma a malinformarlo. Se dinamitó la YSAX, radiodifusora del Arzobispado que transmitía sus homilías. Fue amenazado directamente por Roberto D´Abuisson en la televisión local. Centenares de candelas de dinamita fueron colocadas en la Basílica del Sagrado Corazón, para asesinar a Monseñor durante una celebración importante.


El Arzobispo tuvo que viajar cuatro veces a Roma en tres años para aclarar acusaciones falsas y para buscar apoyo en su labor. Lo encontró siempre en el Papa y en su amigo el Cardenal Pironio.


En medio de tantas tensiones, llevaba una increíble actividad de celebraciones, reuniones, visitas a Parroquias, recibimiento día y noche de todo tipo de personas que llegaban a compartir sus penas, pedir consejo, darle apoyo o pedirle Favores. Encontraba tiempo para preparar con esmero sus homilías. También para la oración prolongada, a veces frente al Sagrario y hasta la madrugada, como atestiguaron las religiosas carmelitas del Hospitalito donde Monseñor vivía. Hasta lograba encontrar tiempo para departir en familia, como uno más, con pocas pero intensas amistades.


Tres años estuvo como Arzobispo. Su fama creció. Escuchado en su homilías dominicales con la Catedral atiborrada, en cada rincón del país y hasta en Sudamérica. Llegaron apoyos y reconocimientos como Doctorados “Honoris Causa” y la propuesta para el Premio Nobel de la Paz por el Parlamento británico. Visitado y apoyado por numerosos Obispos católicos y de otras confesiones cristianas, pero sobre todo amado por el pueblo de Dios. “Con este pueblo no cuesta ser buen pastor” exclamó.


Al crecer los riesgos y las amenazas le ofrecieron protección y el dijo: “si el pueblo no tiene seguridad, el pastor tampoco la quiere”: En febrero de 1980 escribía en sus cuadernos espirituales “El señor Nuncio de Costa Rica me avisó de peligros inminentes para esta semana…”


El fin se aproximaba. Dios lo había preparado para el testimonio máximo de fidelidad y de configuración con Cristo…

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