¡Feliz Navidad! Es el deseo y  el saludo de estos días. Lo curioso es que lo usamos con bastante anticipación. Y cuando llega el tiempo hermoso de la Navidad ya no se ocupa. Lo mismo sucede con las fiestas navideñas: se hacen todas antes de la Navidad. Y cuando estamos en el propio tiempo ya no se acostumbra… somos algo raros…

 

            ¡Feliz Navidad! Es saludo típicamente cristiano. Nos deseamos esa felicidad por el nacimiento de Jesús. No es otro el motivo. Él es nuestra alegría; Él nos hace felices. Por eso no cambiamos ese saludo por el “felices fiestas”. Cuáles fiestas? Las paganas, de borracheras, comilonas y lujuria? No nos hacen felices! Ni nos acostumbramos al “feliz año”. Como si fuera más importante el año nuevo, que es sólo una “vuelta” de calendario, que tener a Jesús. Nuestro saludo es Feliz Navidad!

 

            Y al desearnos unos a otros esa felicidad sabemos que es con y por Jesús. Por eso hacemos de Jesús el centro de este tiempo. Desde lo exterior: ponemos el nacimiento, en la noche de Navidad cantamos y rogamos ante ese Niño que nace… re nace… y los adornos navideños, con moderación, nos recuerdan el misterio de la encarnación. Realmente no tiene mucho que ver con renos y nieve, ni con frases en inglés y “santas” que le quitan el lugar al Niño Jesús.

 

            Hacemos de Jesús el centro en el interior de cada uno: en la espera y súplica de su venida. En la conversión del corazón rechazando el pecado. En la alegría inmensa de recibirlo… y celebrarlo en la liturgia… y servirlo en los pobres… Jesús entre nosotros!

 

            La Iglesia nos hace prepararnos a estos Misterios de la Encarnación, durante el Adviento. Y celebrar la Navidad no sólo el 25, sino durante tres semanas seguidas bajo diferentes aspectos del mismo Misterio: La Virgen como Madre de Dios; la familia de Nazaret; Los “magos”, los primeros extranjeros cristianos… Todo es tiempo de Navidad. Y nos seguimos deseando: ¡Feliz Navidad!

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Pbro. Jaime Paredes