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JESÚS

Creemos en Jesús como Mesías, es decir el Cristo, ungido del Padre (cfr. Mt. 16,16) con la misma fe de Pedro.
Creemos en Jsús como único salvador (Hch 1,11-12).

Lo proclamamos con toda la iglesia como verdadero Dios y verdadero hombre (cfr. Jn 1, 1.4).

Por don del Padre, hemos recibido su Palabra a través de la Iglesia. Hemos escuchado su llamada a cada uno de nosotros (como Abraham y Moisés, como María y Pedro) y le hemos respondido con la fe.

En Jesús hemos puesto nuestra confianza y sabemos que no quedaremos defraudados (Rom 9,33; 10,11; 1 Pe 2,6). El es nuestra esperanza cierta.

Nos hemos acercado a Él, y en comunidad, permanecido con Él (cfr Mc 3,13) y lo hemos conocido. Todo lo consideramos pérdida, comparado con el conocimiento íntimo del Señor (Flp 3,8). Estando con Él, hemos experimentado el poder de su resurrección, la inconcebible medida de su amor y su fidelidad. Por la misericordia del Padre nada puede separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro (Rom 8, 35. 37-39).

Y amamos a Jesús. A pesar de nuestros pecados, con todo el corazón amamos a Jesús (cfr Jn 21, 15-18) a semejanza del amor con que Él nos ama.

Somos, pues creyentes, discípulos y amantes de Jesús, el Cristo. Él es, para nosotros, el camino, la verdad y la vida (Jn 14, 6). Lo hemos declarado y queremos hacerlo de verdad Señor de nuestra persona y nuestras vidas, pues para nosotros la vida es Cristo (Flp 1,21).

Somos la Iglesia del Señor Jesús.
Somos la Parroquia de Cristo Redentor.
Somos cristocéntricos.


Oramos y trabajamos, para que el señorío, la salvación, el Reino de Jesús se extienda y llegue a todos.

 


Así dice la Escritura sobre Jesús:

“Al principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
Ella existía al principio junto a Dios.
Todo existió por medio de ella, y sin ella nada existió de cuanto existe.

En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres; la luz brilló en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron.

La luz verdadera que ilumina a todo hombre estaba viniendo al mundo.
En el mundo estaba, el mundo existió por ella, y el mundo no la reconoció.
Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron.

Pero a los que la recibieron, a los que creen en ella, los hizo capaces de ser hijos de Dios: ellos no han nacido de la sangre ni del deseo de la carne,
ni del deseo del hombre, sino que fueron engendrados por Dios.

La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.
Y nosotros hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y verdad...

De su plenitud hemos recibido todos: gracia tras gracia.
Porque la ley se promulgó por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad se realizaron por Jesús el Mesías.
Nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo único, Dios, que estaba al lado del Padre. Él nos lo dio a conocer.”
(Jn 1, 1-5. 9-14. 16-18)


 

“Israelitas, escuchen mis palabras.
Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante ustedes con los milagros, prodigios y señales que Dios realizó por su medio, como bien saben.

A éste hombre, entregado conforme a los planes y propósitos que Dios tenía hechos de antemano, ustedes lo crucificaron y le dieron muerte por medio de gente sin ley. Pero Dios, liberándolo de los rigores de la muerte, lo resucitó, porque la muerte no podía retenerlo...

A este Jesús lo resucitó Dios y todos nosotros somos testigos de ello. Exaltado a la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y lo ha comunicado como ustedes están viendo y oyendo...

Por tanto, que todo el pueblo de Israel reconozca que a este Jesús crucificado por ustedes, Dios lo ha nombrado Señor y Mesías.”
Hch 2, 22-24. 32-33. 36)


 

“Pues bien, ahora que hemos sido justificados por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de Jesucristo Señor nuestro. También por él —por la fe— hemos alcanzado la gracia en la que nos encontramos, y podemos estar orgullosos esperando la gloria de Dios.

Formación No sólo eso, sino que además nos gloriamos de nuestras tribulaciones; porque sabemos que la tribulación produce la paciencia, de la paciencia sale la fe firme y de la fe firme brota la esperanza.

Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestro corazón por el don del Espíritu Santo. Cuando todavía éramos débiles, en el tiempo señalado, Cristo murió por los pecadores. Por un inocente quizá muriera alguien; por una persona buena quizá alguien se arriesgara a morir. Ahora bien, Dios nos demostró su amor en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.

Con mayor razón, ahora que su sangre nos ha hecho justos, nos libraremos por él de la condena. Porque si siendo enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, con mayor razón, ahora ya reconciliados, seremos salvados por su vida. Y esto no es todo: por medio de Jesucristo, que nos ha traído la reconciliación, ponemos nuestro orgullo en Dios.

El don no es equivalente al pecado de uno. Ya que por un solo pecado vino la condena, pero por el don de Dios los hombres son declarados libres de sus muchos pecados. En efecto, si por el delito de uno solo reinó la muerte, con mayor razón, por medio de uno, Jesucristo, reinarán y vivirán los que reciben abundantemente la gracia y el don de la justicia... La ley entró para que se multiplicara el delito; pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. Así como el pecado reinó produciendo la muerte, así la gracia reinará por medio de la justicia para la vida eterna por medio de Jesucristo Señor nuestro.

Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó de la muerte por la acción gloriosa del Padre, también nosotros llevemos una vida nueva. Porque, si nos hemos identificado con él por una muerte como la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección.

Sabemos que nuestra vieja condición humana ha sido crucificada con él, para que se anule la condición pecadora y no sigamos siendo esclavos del pecado. Porque el que ha muerto ya no es deudor del pecado. Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él. Sabemos que Cristo, resucitado de la muerte, ya no vuelve a morir, la muerte no tiene poder sobre él. Muriendo murió al pecado definitivamente; viviendo vive para Dios. Lo mismo ustedes, considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.”
(Rom 5, 1-11. 16-17. 20-21; 6, 4-11)


 

 

“En conclusión, no hay condena para los que pertenecen a Cristo Jesús. Porque la ley del Espíritu que da la vida, por medio de Cristo Jesús, me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Lo que no podía hacer la ley, por la debilidad de la condición carnal, lo ha hecho Dios enviando a su Hijo, en condición semejante a la del hombre pecador para entendérselas con el pecado; en su carne ha condenado al pecado, para que la justa exigencia de la ley la cumpliéramos los que no procedemos movidos por bajos instintos, sino por el Espíritu.

En efecto, los que se dejan guiar por los bajos instintos tienden a lo bajo; los que se dejan guiar por el Espíritu tienden a lo espiritual. Los bajos instintos tienden a la muerte, el Espíritu tiende a la vida y la paz. Porque la tendencia de los bajos instintos se opone a Dios; ya que no se someten a la ley de Dios ni pueden hacerlo; y los que se dejan arrastrar por ellos no pueden agradar a Dios.

Pero ustedes no están animados por los bajos instintos, sino por el Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en ustedes. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no le pertenece. Pero si Cristo está en ustedes, aunque el cuerpo muera por el pecado, el espíritu vivirá por la justicia. Y si el Espíritu del que resucitó a Jesús de la muerte habita en ustedes, el que resucitó a Cristo de la muerte dará vida a sus cuerpos mortales, por el Espíritu suyo que habita en ustedes.

Hermanos, no somos deudores de los bajos instintos para vivir a su manera. Porque, si viven de ese modo, morirán; pero, si con el Espíritu dan muerte a las bajas acciones, entonces vivirán. Todos los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos que nos permite llamar a Dios Abba, Padre.

El Espíritu atestigua a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios, coherederos con Cristo; si compartimos su pasión, compartiremos su gloria.

Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que le aman, de los llamados según su designio. A los que escogió de antemano los destinó a reproducir la imagen de su Hijo, de modo que fuera él el primogénito de muchos hermanos. A los que había destinado los llamó, a los que llamó los hizo justos, a los que hizo justos los glorificó.

Teniendo todo esto en cuenta, ¿qué podemos decir? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién estará en contra? El que no reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos va a regalar todo lo demás con él? ¿Quién acusará a los que Dios eligió? Si Dios absuelve, ¿quién condenará? ¿Será acaso Cristo Jesús, el que murió y después resucitó y está a la diestra de Dios y suplica por nosotros? ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿Tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro, espada?

En todas esas circunstancias salimos más que vencedores gracias al que nos amó.

Estoy seguro que ni muerte ni vida, ni ángeles ni potestades, ni presente ni futuro, ni poderes, ni altura, ni hondura, ni criatura alguna nos podrá separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro”.
(Rom 8, 1-17. 28-35. 37-39)

 



“Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia,que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros, dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Este es el plan que había proyectado realizar por Cristo cuando llegase el momento culminante: recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra.”
(Ef 1, 3-10)

 



“Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.

cristo06.jpgY así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre”.
(Flp 2, 6-11)

“Damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz.

Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.

Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por él y para él.

Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él.
Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.
Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo.

Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz”.
(Col 1, 12-20)

“Eres digno, Señor, Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder, porque tú has creado el universo; porque por tu voluntad lo que no existía fue creado. Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado y con tu sangre compraste para Dios hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un reino de sacerdotes, y reinan sobre la tierra.

Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza”.
(Apoc 4, 11; 5, 9-10; 12)

“Gracias te damos, Señor Dios omnipotente, el que eres y el que eras, porque has asumido el gran poder y comenzaste a reinar.

Se encolerizaron las gentes, llegó tu cólera, y el tiempo de que sean juzgados los muertos, y de dar el galardón a tus siervos, los profetas, y a los santos y a los que temen tu nombre, y a los pequeños y a los grandes, y de arruinar a los que arruinaron la tierra.

Ahora se estableció la salud y el poderío, y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo; porque fue precipitado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche.

Ellos le vencieron en virtud de la sangre del Cordero y por la palabra del testimonio que dieron, y no amaron tanto su vida que temieran la muerte.
Por esto, estad alegres, cielos, y los que moráis en sus tiendas.”
(Apoc 11, 17-18; 12, 10-12)

“Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente, justos y verdaderos tus caminos, ¡oh Rey de los siglos!

¿Quién no temerá, Señor, y glorificará tu nombre? Porque tú solo eres santo, porque vendrán todas las naciones y se postrarán en tu acatamiento, porque tus juicios se hicieron manifiestos.”
(Apoc 15, 3-4)

“Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
(R. Aleluya.)
porque sus juicios son verdaderos y justos.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
(R. Aleluya.)
los que le teméis, pequeños y grandes.
R. Aleluya, (aleluya).
Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
(R. Aleluya.)
alegrémonos y gocemos y démosle gracias.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
(R. Aleluya.)
su esposa se ha embellecido.
R. Aleluya, (aleluya).”
(Apoc 19, 1-7)

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