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FORMACIÓN

En la Parroquia hemos hecho una opción por la formación cristiana. En la Iglesia se entiende la formación como el ir haciéndose capaz la persona en todas sus dimensiones de responder con fidelidad a la voluntad de Dios.

No es, por lo tanto, cuestión académica o intelectual, sino vital, integral. La formación es pues un proceso ininterrumpido, personal y comunitario, de ir sacando de sí mismo “Lo viejo y lo nuevo” (Mt 13,52) en la lucha entre el hombre viejo y el hombre nuevo, el hombre carnal y el espiritual hasta llegar a la estatura de Cristo Jesús (cfr 2 Cor 4, 16; Ef 4, 13.22-24;1 Cor 2, 14-16).

La formación es el camino del discipulado al que Jesús nos llama. Ir tras de Él, estar con Él, ver y oír, ser transformado por Él, en la pequeñez recibir el reino, aprender de Él una vida como la suya, unos sentimientos como los suyos, una oración con la suya, un servicio, una entrega, un amor como el suyo. (Mt 4, 18-20; Mc 3, 13ss; Mt 16, 24-26; Lc 10, 20-24; 11, 1-4; Jn 13, 1. 12-15; 34-35).

El discípulo nunca es mayor que su maestro (Jn 15,20) corre su misma suerte “buena o mala” (Jn 15, 20; Lc 23,31) y siempre escucha el llamado: SIGUEME (Jn 21, 19.22)

Perseverar en el seguimiento, en el discipulado, es la formación definitiva y verdadera en la Iglesia.

En la Parroquia deseamos que cada comunidad cristiana, cada grupo de los Movimientos que aquí se reúnen, cada Ministerio que aquí sirve, tenga su camino de formación.

Sabemos que el que no está en formación se va “endureciendo”, “mundanizando” y no será fiel. Sin formación, nadie debe servir en los Ministerios, pues si no está lleno del Señor, ¿que dará a los otros? ¿cómo será testigo del Reino si él no es del Reino? ¿Cómo atraerá a otros hacia Jesús, si él ya no lo sigue?

Sin formación nada. Porque la formación es mandato de Jesús : “Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos, ENSEÑÁNDOLES TODO LO QUE YO LES HE ENSEÑADO...” (Mt 28,19-20). La formación es práctica apostólica: “Acudían asiduamente a la ENSEÑANZA DE LOS APOSTÓLES...” (Hch, 2, 42) y la primera característica de las Comunidades Cristianas.

La formación normalmente abarca 4 áreas: La humano –comunitaria, la doctrinal, la espiritual- litúrgica y la pastoral-práctica. Abarcando esas 4 áreas en un programa formativo, activamos todos los aspectos de las personas para ser tocados por el Espíritu Santo, que es quien “ nos recuerda todo lo dicho por Jesús, y nos lleva a la plenitud de la verdad” (cfr Jn 14, 26; 16,13). El es el agente principal de la formación cristiana.

Necesitamos “itinerarios formativos de los discípulos” como nos presenta el Documento de Aparecida en su capítulo 6. Pretendemos lograrlo con procesos de formación en las Comunidades Cristianas, que combinan “lectio divina” (lectura orante de la Biblia) y catequesis; experiencias de fraternidad dentro y fuera de la comunidad; vivencias litúrgicas y espirituales los Domingos y en las grandes celebraciones y en la intimidad del corazón; y compromisos de servicio responsable y al estilo de Jesús en los Ministerios, la Misión y otros... así vamos construyendo paso a paso un camino formativo.

En la Parroquia se ofrecen también cursos especiales de Biblia, Doctrina y Teología del Concilio Vaticano II, formación para la Misión, etc. Conferencias y otras reuniones (Planificación pastoral, los 100 años de la Arquidiócesis, la Parroquialidad, las Conferencias del Congreso Eucarístico Parroquial, Retiros, etc.) que van complementando la formación.

“Por eso doblo las rodillas ante el Padre, de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra. Que él se digne según la riqueza de su gloria fortalecerlos internamente con el Espíritu, que Cristo habite en sus corazones por la fe, que estén arraigados y cimentados en el amor, de modo que logren comprender, junto con todos los consagrados, la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, en una palabra, que conozcan el amor de Cristo, que supera todo conocimiento. Así serán colmados de la plenitud de Dios.
Aquel que, actuando eficazmente en nosotros, puede realizar muchísimo más de lo que pedimos o pensamos reciba de la Iglesia y de Cristo Jesús la gloria en todas las generaciones por los siglos de los siglos. Amén.” (Ef 3, 14-19).

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